Bardo: La dura realidad de admitir que te falta barrio, whithechikan

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Sinopsis: Silverio Gama es un periodista/documentalosta que regresa a México a recibir un premio y de pronto se pone a explorar su falta de identidad nacional

Opinión: Empezamos citando una canción absurda de los Beatles cantada en español por alguien que se nota que habla más inglés que español aunque luce graduado de Ecatepec…

No, no, eso es demasiado obvio, mejor…

Hacemos una copia barata del monólogo inicial de Manhattan de Woody Allen diciendo a detalle todo lo que nos gusta del México que rexordamos. No, tampoco, la gente común no va a entender la referencia y los cinéfilos creerán que nos estamos robando algo sagrado.

Ah, ya sé como empezar…

Desde que puedo recordarlo siempre he sido fan de Alejandro González Iñárritu (Perfecto, Goodfellas! Nada falla cuando homenajeas a Scorsese) incluso cuando 21 Gramos fue más densa que explicarle a alguien que todos los políticos son iguales, la realidad es que aunque Iñárritu es el más pretencioso de los Tres Compadres su cine siempre busca darte más visualmente que con diálogos (es pésimo escribiéndo diálogos) y eso se agradece pero si necesitas estar de cierto humor para soportar sus películas y hoy decidí que si las circunstancias dictaminaron que no iría al Festival de Morelia a verla y tomar au Masterclass, mínimo debería verla en el cine donde no puedo ponerle pausa porque créeme, en cuanto llegue a Netflix, le vas a poner pausa al menos 10 veces.

Ya había sufrido laa noticias detrás de cámaras de esta producción y anécdotas de gente cercana que sufrió el cierre de ciertas avenidas durante la fimación; el maltrato de los extras y lo déspota que se portó en el rodaje, pero como siempre, trato de separar a la persona de su arte o de lo contrario no disfrutaría nada remotamente artístico.

Bardo es una «biopic alegórica» de un hombre que no tiene identidad nacional, Silverio, como Alejandro, son mexicanos pero aquí son clase media o media alta y en Estados Unidos solo son pochos de suburbio que como viven bien, creen que ese es el estilo de vida de todos los connacionales allá o incluso de todos los gringos.

Creo que entiendo a varios colegas periodistas/críticos norteamericanos que no conectaron demasiado con esta historia pues creo que de no conocer muchísimos detalles del entretenimiento o historia nacional, tampoco habría conectado con la clase de «intelectualoide quejumbroso con sí ndrome de inferioridad» que se paséa por la Roma o Coyoacán, se burla de la televisión mexicana que le dio sus inicios (sorprendente ver como conoce el ruido atontador de programas como Hoy y Venga la Alegría) y vive para la típica queja del acomplejado que piensa que «de no ser por la conquista, seríamos un mejor país o un mejor reino» pero eso si, queremos todos los privilegios del capitalismo imperialista.

Y esa es, hilarantemente, una de las mejores cosas de este guión. Silverio lanza buenos golpes en contra del capítalismo y a favor del «pueblo de México» pero recibe soberanos madrazos sobre como él es el menos indicado para hablar. El debate que tiene con su hijo en el desayunador es la mejor escena de cualquier película de este director ¡y la cámara permanece estática por 5 minutos! Luego está el personaje de Luis, que no sé si se trata de Guillermo Arriaga o Luis Mandoki pero es obvio que es uno de esos dos, quien le dice sus verdades sobre criticar a México y su situación social cuando está aquí pero defender su cultura y tradiciones como perro cuando un extranjero dice algo malo del país. Algo que nos pasa a todos.

Hay cosas sutiles como poner a gente morena con pelucas rubias como soldados norteamericanos o la escena de los mojados hablando en lengua indígena pero que terminan rezando ante una supuesta aparición de un símbolo católico. Iñárritu distingue que sus mismas incoherencias son incoherencias que ve en el mexicano promedio.

La película si peca de larga y lenta, incluso ya fue editada desde su aparición en Festivales pero uo le quitaría fácil 30 o 40 minutos, especialmente desde la fiesta en el Salón California, muy padre poner Let’s Dance de David Bowie en versión acapella pero para ese momento teníamos 20 minutos ahí además de verlos bailar por dos canciones, todo el punch de su enfrentamiento con Luis se diluye con eso y la presencia del padre muerto y después la mamá en su cuarto sobran.

Pero hasta ahí la cinta comienza a irse en picada tratando de mantener el avión estable, donde se cae por completo es CONTINUAR la historia después de que regresan a Los Ángeles. Ya cerraste tus dos temas con momentos perfectos, tienes el dolor de dejar ir a Mateo en la playa y tienes la pelea en la aduana de LAX que da un gran comentario a la historia de la identidad nacional de Silverio. Un fade to black ahí habría hecho que coronara a Bardo como una de las mejores películas del año, pero lamentablemente AGI decide seguir y seguir hasta confundir su historia con una idea de la muerte que NADA TIENE QUE VER con lo que estabas contando, 25 minutos extras que fácilmente pudieron quedarse en el piso del cuarto de edición y nadie se habría percatado.

Incluso con ese extraño momento donde Silverio sale al Zócalo e Iñárritu nos da su versión nacional del video Just de Radiohead hasta con el mismo diálogo, la película no cae demasiado ahí, pero no, Alejandro decidió seguir y seguir y seguir hasta que lo que bien pudo ser un diez termina siendo un siete.

Bardo es pretenciosa, hilarante, criticona en el buen sentido (la chairiza va a odiar un par de detalles) y con rumbo hasta que lo pierde y se golpea con el piso para quedar acompañando a 21 Gramos en el fondo de la lista de las películas de este director.

7/10

I’M Out

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