
Mucho se está diciendo sobre la nueva película de Wes Anderson pues como todo buen director de renombre, no haces bien tu trabajo si todos te aman.
Con The French Dispatch, Anderson despliega su amor «retro» al arte de redactar un evento destacado, oculto para el público general de no ser por la voraz perspicacia de aquellos periodistas de antaño que dedican sus vidas a la búsqueda de la verdad que hace enfurecer al sistema.
Anderson divide su cinta en tres historias donde homenajea en específico a Harold Ross, fundador de The New Yorker, uno de los más venerados compendios de historias. Cada una cuenta las diferentes maneras de reportar una historia, desde la narración ultra detallista que parece romantizar a sus protagonistas; aquella que no puede permanecer al borde de un evento con posibilidad de cambiar al mundo y otra que comienza con algo mundano pero termina creando una narrativa mucho más interesante donde el protagonista se vuelve solamente un personaje más.
Cuesta trabajo creer que existan personas que todavía duden de la sublime (aunque ciertamente difícil de asimilar) forma de hacer cine. Hollywood es un lugar donde dinero, amistad o amenazas hacen que los actores se adhieran a tu proyecto pero Anderson tiene una cuarta estrategia: interesar el lado artístico de grandes nombres como Tilda Swinton, Benicio del Toro, Bill Murray o Willem Dafoe quienes no se molestan si el papel es grande o chico, estarán ahí.
Si tuviera que dedicar una opinión a cada historia consideraría a la tercera como la más débil aunque sea la más interesante visualmente, como describo, comienza con una premisa bastante mediocre y se desenvuelve como uno de los más alocados rescates. En segundo lugar sería la historia del prisionero artista pues aunque es una deconstrucción del arte y la pasión (o la falta de ella) siento que se va un poco larga, pero la definitiva ganadora es la de los jóvenes en busca de un gran cambio social pues representa lo mejor de toda la filmografía de Anderson, liderada por Frances McDormand y el «enfant terrible» de los últimos años, Timothée Chalamet.
The French Dispatch es ese raro proyecto pasional que funciona para su realizador. Es una suculenta comida para los amantes del cine un poco más artístico sin caer en pretencioso y es la carta de amor más sincera al periodismo, un arte que ya está casi muerto en nuestros días.
10/10
I’m Out!!!!!