La fama no es siempre una vida de felicidad, en muchas ocasiones la gente famosa sufre igual que nosotros y hasta algunas cosas por las que nosotros simples mortales por suerte no pasamos, pero el precio que hay que pagar es siempre mantener una imagen alegre y casi perfecta frente a las cámaras.

La vida de Judy Garland es una de las más trágicas de la época dorada de Hollywood, la que fuera Dorothy en el Mago de Oz sufría de constante acoso por parte de altos ejecutivos y abuso de su madre quien la manipulaba para seguir siendo la consentida de los estudios.

En esta cinta dirigida por Rupert Goold, nos encontramos con una Judy tratando de revivir su carrera, algo similar a lo que ocurre con la protagonista Renée Zellweger quien brilla igual o más que en el mejor momento de su carrera mostrando no a una diva, sino a una mujer luchando por demostrar que no está acabada, que no busca perfección sino algo real dentro de un negocio tan falso.

Lamentablemente Judy sufre de una historia apoyada exclusivamente en la memoria y morbo de Garland y carece de mayor peso que verla tratando de montar un show. De no ser por la fabulosa interpretación de Zellweger, la cinta no valdría el precio del boleto pero hay algo en Renée que nos hace querer seguir viéndola en la pantalla, tambaleándose por un alcoholismo difícil de controlar, sosteniendo las lágrimas y el enojo que siempre quieren salir a reclamarle al mundo y tratando se hacer las cosas bien por sus hijos. Este tipo de actuaciones son de esas que no se habían visto desde Mickey Rourke en El Luchador y en más de una ocasión parece que Judy poseyó a Zellweger y está ahí en la pantalla para ser conocida por las nuevas generaciones que, me sorprende decir, tal vez nunca hayan escuchado de ella.

I’m Out!!!!